Pedro Cuiça © Mont'santo (Lisboa, 4/12/2016)
«Las tradiciones paganas anteriores a la civilización romana hacían
ya referencia al papel regenerador y curativo que poseía el bosque en su “Otium
ruris”. Éste Ocio rural fue alabado por personas como Cicerón, Virgilio o
Séneca, quienes destacaron su influencia en la mejora de nuestra actitud ante
la vida. Desde entonces, muchos han sido los motivos que nos han llevado a
acercarnos al bosque de una forma espontánea. (…) Autores como Bruce Chatwin
alaban en sus libros de viajes la gran importancia y necesidad para los seres
humanos de caminar, de movernos en los entornos naturales. David Le Breton se
lamentaba de cómo, en nuestro abrazo a la modernidad, “El cuerpo se convierte
en un resto sobrante que se nos hace todavía más difícil de asumir a medida que
se restringe el conjunto de sus actividades en el entorno”, limitando nuestra
visión de la realidad y el verdadero conocimiento de las cosas. Mucho antes,
Voltaire definiría a la medicina como el arte de entretener al paciente,
mientras la naturaleza curaba la enfermedad. Hace algo más de un siglo, el
naturalista John Muir, llegó a afirmar cómo “miles de personas cansadas, com los
niervos destrozados e hipercivilizadas estaban empezando a descubrir que ir a
la montaña era como ir a casa; que el contacto com la naturaleza era una
necesidad y que, los parques y las reservas naturales eran útiles no sólo como
fuentes de leña y de agua, sino también como fuentes de vida”. Sin embargo, es
durante el siglo veinte, a partir de la década de los años ochenta, cuando
comiezan a aparecer las primeras experiencias de acercamiento a los bosques
saliéndose de los fines más románticos, aventureros o deportivos. En estas
iniciativas, se empienza a estudiar de un modo científico los efectos que los
bosques ejercen sobre la salud humana en general, cuantificando parámetros
médicos particulares. Japón se coloca pronto en la vanguardia de estas
investigaciones ya que, tras la explosión de la burbuja económica en esse país,
se produce una especie de boom de la vuelta a las zonas rurales, a la
naturaleza y a su lado más espiritual. Es una época, no muy diferente de la
actual, donde atributos como la paciencia se desvanecen dejando paso a la
competitividad. Una sociedad en la que las depreciones, las dolencias de tipo
obsesivo-compulsivo o la alta tasa de suicidios van en aumento hace reaccionar
a los científicos japoneses, los cuales comienzan a cuantificar los efectos
beneficiosos que los espacios verdes tienen sobre el organismo humano, sobre
nuestra mente, sobre nuestro rendimiento cognitivo y sobre nuestra empatía. De
esta manera, se obtienen los primeros datos cuantificables, que avalaban a las
percepciones ya existentes, y que demostraban a los más escépticos cómo la
naturaleza nos ayuda de una forma real y efectiva potenciando nuestra capacidad
para disfrutrar del ahora, mejorando
nuestra percepción de la vida. Com todo ello, en 1982, el gobierno Japonés
promueve de forma oficial los paseos
forestales para afrontar los elevados niveles de estrés en una de las
poblaciones más urbanizadas del mundo. Universidades como la de Chiba y
Escuelas de Medicina como la de Nippon, en Tokio, siguen investigando y
validando de forma científica estos hechos. Sin embargo, la experiencia no se
quedó ahí. Los bosques cubren el 67% del Japón y, desde 2004, se creó un
programa que pretendía unir el beneficio para la salud com la conservación de
los bosques, financiando la investigación de sus efectos curativos sobre las
personas y creando una extensa red, que cuenta ya com más de 48 senderos
terapéuticos de carácter oficial, facultados para ser recetados por parte de
los médicos, los cuales dirigen a sus pacientes hacia ellos para que, durante
un par de horas a la semana y supervisionados por monitores especializados,
pueden realizar diversos ejercicios orientados al tratamiento de multitud de
dolencias. A partir de ahí, el germen se há ido extendiendo por Corea del Sur,
Estados Unidos y Canadá. También, a partir de entonces, la mecha iniciada en
Japón se extiende a Europa y un ambicioso proyecto de cooperación entre ciencia
y tecnología, el COST, reúne a más de ciento sesenta investigadores de veintitrés
países diferentes, durante cuatro años, para aumentar el conocimiento existente
acerca de cómo los bosques mejoran la salud y el bienestar de las personas. En
los años noventa, se comienza a hablar en Estados Unidos y en Europa del
término Ecoterapia, o terapia verde, definida según Howard
Clinebell, pionero en la combinación de psicoterapia y religión, como “el
trabajo com el cuerpo, la interrelación entre la psicología humana y el resto
de la naturaleza, la curación y el crecimiento alimentado por la interacción saludable
com la tierra, uniendo los conocimientos científicos y la sabiduría indígena”.
En Estados Unidos surgen asociaciones defendiendo este enfoque de mejora de la
salud mediante una nueva conexión com la naturaleza y muchos médicos de San
Francisco, New Jersey y Washington comienzan a incluir entre sus recetas los
paseos por el bosque para tratar enfermedades de carácter crónico, problemas de
ansiedad y diabetes. En Europa, varias entidades de carácter oficial y diversos
programas comunitarios comienzan, tímidamente, a apostar por sensibilizar al
sector médico al respecto. En España también aparecen iniciativas que ponen en
práctica estas investigaciones y surgen propuestas de utilización de los bosques
menos intervenidos, que ocupan una extensión inferior a 1% de nuestra
superficie forestal, para estos fines. Los nombres que llevan las iniciativas
en cada lugar son diferentes. En Japón, Shinrin
Yoku. En Estados Unidos y en España, Baños
de bosque. En Finlandia y en Canadá, paisajes
e itinerarios de salud en bosques y espacios naturales. Los objectivos,
independientemente de su nombre, son los mismos.» [LAMAS, 2016: 104-107]
REFERÊNCIA BIBLIOGRÁFICA
LAMAS, Jabier Herreros. Conéctate com la Naturaleza – Terapia Hortícola
y Baños de Bosque. Donostia: Txertoa Argiletxea, 2016. ISBN
978-84-7148-567-0